(El Poder de la sangre de Cristo)
(La conversión al Cristianismo de Simón de Cirene, Cayo Casio Longinos y Dimas, se produce precisamente en circunstancias de los últimos momentos; es decir al pie de la cruz y por el poder de la sangre de Cristo)
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Cuando iba cargando aquel pesado madero de cruz de más de cien kilos con destino al monte Gólgota, detrás de
él iban
dos hombres que también habían
sido condenados a la crucifixión,
llevando cada uno sus maderos de cruz.
En todo ese trayecto, se tenía
que atravesar un camino pedregoso de altos y bajos montículos, cuya fuerza se le había agotado por haber soportado el
flagelo brutal que momentos antes había recibido. En la ardua y noble tarea que había sostenido durante tres
años de predicación, sanación y curación
a miles de personas entre enfermos y desvalidos, su cuerpo se extenuó, más cuando
no había probado alimento desde la
última cena que había tenido con sus doce discípulos.
Y entre la multitud apareció Simón de Cirene, un agricultor venido del campo (Mateo 27-32) de
semblante fuerte y corazón duro, lleno
de tormentos y pesares en su vida.
Simón de Cirene, había oído hablar acerca de la existencia del hijo de Dios y de
los milagros que diariamente hacía, y aunque del todo no comprendía porqué se encontraba precisamente en ese
lugar, turbado ante la vía crucis de Jesucristo quien en esos momentos era oprobio
y desprecio de la gente (salmos 22-6), cuando de pronto unos soldados romanos le ordenaron
para que sea el, quien ayude a
cargar la cruz hasta el monte calavera como lo llamaban al Gólgota, aceptando de manera
titubeante. Al margen de haber sentido compasión por Jesús al verlo muy débil, golpeado y ensangrentado.
Y aquel hombre desconocido ayudaría a cargar aquella pesada cruz al que puso a sus hombros, sintiendo en sus
manos la sangre vertida aún caliente de
Jesucristo. Simón de Cirene, pudo presenciar y pudo sentir en carne propia el gran dolor de un
recorrido tortuoso y agónico que padeció Jesús, previo a los últimos momentos de
su muerte en la cruz. Pudo experimentar sin duda su conversión al cristianismo.
Cuando llegaron al Gólgota los soldados romanos extendieron los brazos de
cada uno de ellos, atando sus manos, luego juntaron los pies al borde del madero para luego ser clavados, utilizándose una gran
comba y unos enormes clavos.
El ladrón o malhechor que fue crucificado en el lado izquierdo se llamaba “Gestas” y el otro malechor que fue crucificado en el lado
derecho (Ladrón bueno) como así lo llamó el apóstol Juan, se llamaba “Dimas”.
Las escrituras refieren que uno de ellos le injuriaba a Cristo diciendo: ¿No eres tú el Cristo? sálvate a ti mismo
y a nosotros. Pero que el otro le respondía: ¿Ni siquiera tú que estás en el
mismo suplicio temes a Dios? Nosotros, en verdad, estamos merecidamente, pues
recibimos lo debido por lo que hemos hecho; pero éste no hizo mal alguno. Y
decía:
“Jesús, acuérdate de mí, cuando llegues a tu
Reino”.
Y que Jesucristo en plena agonía le
respondió: en verdad te digo: “que hoy estarás conmigo en el Paraíso”. (Marcos 17, 27s. y Lucas 23, 39-43).
En ese momento hubo tinieblas
sobre toda la tierra y el sol se
oscureció (Lucas 23-44,45). Y a las tres
de la tarde en que el hijo de Dios entregara su espíritu a su eterno Padre, se produjo un
fuerte terremoto (Mateo 27-54) en los precisos
momentos que expiró.
Ese mismo día entre los
soldados romanos quienes ponían el orden un
centurión que comandaba la tropa, quien había
sido testigo del recorrido penitente que atravesó Jesucristo hacia el Gólgota, se
llamaba Cayo Casio longinos, soldado
de la milicia preparado para obedecer y matar; quien se percató de los
sentimientos encontrados que la gente exteriorizaba, toda vez que habían
quienes gozaban, y otros que sufrían por la injusticia y el grave daño que se le había causado al hijo
de Dios.
Este
soldado, había escuchado hablar de quien era el Nazareno y de los milagros que había hecho a
la gente, pudo evidenciar un comportamiento inusual y diferente el que mostraba Jesucristo, en los momentos previos a su muerte.
Casio
Longinos, pudo ser testigo al igual que
los otros dos anteriores del padecimiento extremo en el momento final de la vida y agonía de Jesús cuando al cielo clamó “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Todo ese acontecimiento nunca antes visto y escuchado en los anteriores hombres crucificados.
La
triste mirada resplandeciente del Cristo redentor lo había perturbado de sobremanera, logrando evitar que
los soldados romanos no pudieran quebrar las piernas de Cristo, como lo
hicieron con Gestas y Dimas, costumbre que se solía hacer a fin de que la
muerte sea más rápida; sin embargo, Casio Longinos lo evitó al decir que Cristo ya estaba muerto.
Y
al tratar de demostrar que aquel “Varón de dolores” (Isaías
53-3)
ya estaba muerto, utilizó una lanza logrando atravesarle en uno de los costados y a la
altura del corazón, en cuya herida emanó
abundante sangre y agua. (Juan
19-34)
La conversión de Casio Longinos se dio
precisamente en el momento de salpicar la
sangre de cristo en su rostro y ojos. Dándose de esta manera su conversión al
cristianismo; cuando cogiéndose el rostro empañado de sangre dijo: “es verdad
este hombre era hijo de Dios”; cayendo al suelo de rodillas.
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La
Biblia no refiere mucho del recorrido que hizo Jesús camino al Gólgota, no se da
más detalles acerca de quien fue Simón de Cirene, mencionando solo un
versículo, también no detalla acerca del soldado Cayo Casio Longinos y del
malhechor Dimas, existiendo los llamados
textos apócrifos, que habla algo de
estos dos últimos.
En
los libros de Mateo capítulo 26, 32 - 54, Lucas 23, 26 - 49 y de Juan
19,17- 37, se aprecia muy poco de cómo fue la vía crucis de nuestro señor
Jesucristo, pero no como uno quisiera saber en cuanto a los momentos previos a
su muerte en la cruz, hasta en la gloriosa resurrección.
Pareciera
que los tres discípulos de Jesús, se hubieran puesto de acuerdo para no
dar muchos detalles al respecto.
De hecho, La conversión
al Cristianismo de Simón de Cirene, Cayo Casio Longinos y Dimas, se produce precisamente en
circunstancias de los últimos momentos; es decir al pie de la cruz y por el
poder de la sangre de Cristo.
Y no fueron sus doce
discípulos quienes estuvieron con Jesús en los últimos instantes de su muerte, sino tres hombres foráneos a
quien Dios los eligió, para que fuesen estos los protagonistas y acompañantes de
unos momentos tan dolorosos que dio pie a un maravilloso acontecer, llámese
a la gloriosa resurrección.
Si
por casualidad o por cualquier circunstancia lees este artículo, es para ponernos a reflexionar por un instante, y te preguntes porque Dios
todo poderoso eligió a estas tres personas, un agricultor del campo, un soldado
romano, y un malhechor o criminal, para que sean estos los que acompañaran en los
últimos momentos a la muerte de Jesucristo...
Y
con cuál de ellos tú te identificas, con
Simón de Cirene?
Quizá te identificas con Casio Longinos?…
Tal
vez, sea con Dimas, aquel malhechor que en el momento extremo de su vida, en
los minutos que le quedaban, sostuvo un dialogo muy íntimo con Jesús.
Quizás
puedas pensar que no te identificas con ninguno de ellos, quizá en el fondo te identifiques un poco con cada uno, es decir con los tres…
Recuerda que la conversión de cada uno de ellos no
deja de ser muy sorprendente. Porque Simón de Cirene era un hombre del pueblo, un
agricultor con luchas y aflicciones en su vida como cualquiera, podríamos decir
que refleja a la gran mayoría de la gente en el mundo de condición humilde, que alguna vez escuchó
hablar de Cristo y de los milagros que hizo, de la palabra de Dios y sus sagradas
escrituras muy conocidas pero poco leídas. Y que a pesar de los pecados que se puede haber
cometido, uno tiene el derecho de recibir la gracia de Dios y de ser salvo.
En
el caso de Casio Longinos, como centurión y como soldado romano que fue,
pertenecía a cierto grupo de aristócratas de corte de nobleza, se puede decir
que representa a la clase pudiente y
preparada, al hombre con títulos y poder; y que al igual que Simón de Cirene, también tiene
el derecho de consagrarse a los caminos de Cristo, y de recibir de parte de nuestro
Señor, su gracia y bendición.
Pero
lo más sorprendente es el caso de Dimas, aquel hombre que era un criminal, un
condenado a muerte catalogado lo peor en aquel entonces, y que quizá simboliza el camino equivocado, y que por más grande que haya sido su pecado cometido, se arrepintió en los
últimos segundos que le restaba de vida, actitud que lo hizo con un arrepentimiento genuino verdadero de
corazón. Dimas no escatimó, cuando estuvo al lado de Jesús de clamar con tal fe y convicción “Señor acuérdate de mí
cuando llegues a tu reino”.
No
dijo perdóname mis pecados, ni dijo si eres Dios acuérdate de mí. Y que Jesús en
medio de su misericordia al ver a Dimas en agonía, le hizo una promesa que nunca antes había
hecho ni a sus propios discípulos, “hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Aquí
se aprecia una gran revelación, con el ejemplo de Dimas, de que aún si el
pecado es más más abundante, la gracia
de Dios es aún mayor. (Romanos 5-20)
Pero
lo cierto es que cualquiera que sea el pecado que uno haya cometido, y
cualquiera que sea el estatus o condición económica en que uno se encuentre,
cuando estamos al pie de la cruz, no
cuentan los títulos, riquezas o pergaminos que en el mundo material haya uno podido obtener.
Todos
ante Jesucristo, tenemos el derecho como la oportunidad para arrepentirnos y
llegar a su camino aunque cogiéndonos del borde de su manto; aún, en el último
minuto de nuestra vida.
Por
más perdido o alejado que uno se encuentre…
Por
más enfermo, fracasado o miserable que uno se sienta…
Solo
ÉL, nos redime del pecado, y nos abre
portales en el cielo.
Porque Jesucristo es la verdad el camino y la vida…
Luz del mundo…
Fuente de agua viva…
Nuestro salvador.
Que Dios te bendiga...
Que Dios te bendiga...
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