martes, 30 de abril de 2019

LA PRINCESA DE VESTIDO BLANCO

Y desde el día que esa hermosa princesa partió,  
un niño tristemente enamorado  se quedó.
Aquel quien  cada tarde la aguardaba y  la  soñaba…

(Por primera vez esta publicación)
(Solo para alguien como yo)
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Un día como encanto y para nunca olvidar apareció  una niña muy bella. Por su apariencia  se trataba de una niña extranjera  o  de un lugar exclusivo de la capital. Aquella niña de belleza peregrina, que llamaría la atención en los pobladores, sobre todo en los niños, especialmente de quienes estudiaban en aquella escuela, que no cesaban de mirar con sumo detenimiento a  la  forastera.

Cuando todos los niños de la escuela se retiraban y el patio con su exuberante jardín quedaba vacío, aquélla vestida de blanco como jugando solía danzar dando vueltas con ciertos ejercicios ritmados con los brazos extendidos hacia el cielo, al principio todo eso parecía extraño, sin embargo, a medida que fueron pasando los días y los meses aquellas piruetas  resultaron ser familiares. 
  
Bajo una tarde luminosa de sol, apareció un niño que escondido entre  los arbustos observaba beneplácito y atentamente los movimientos inusuales de aquella encantadora niña vestida de blanco. Se trataba de Romell, un pastorcito que vivía a dos kilómetros de la escuela, y que cierto día cuando cotidianamente llevaba su rebaño hacia la ribera que quedaba muy cerca de la escuela, quedó impresionado y maravillado al ver la hermosura singular de aquélla forastera. Aquél pastorcito que por infortunio de la vida trabajaba arduamente  y desde que conoció a la niña vestida de blanco decidió cambiar de rutina; que era pastorear menos  para que pueda tener tiempo de  ir  en busca de aquella.

La primera niña que cautivaría su corazón.
La primera niña de quien se enamoró.

Para el pastorcito Romell, observar cada actitud y detalle de aquella era su mundo  y fantasía, oh, cielos cuanto se enamoro y como lo amaba, que obsesionado a cada instante la imaginaba:

        “ Con los rayos del sol
llegaste a mi vida agobiada
vislumbrante luz de amor
que cautivó mi  corazón.

Tras el cristal de la mampara ( los umbrales )
Voy observando tu juego
Al compás de la tarde enamorada.

Tu ballet,
Al son del viento
Por el jardín de flores de alborada.

Hacia el cielo tus manos  elevabas
Niña de rostro angelical
Ojos de mares azules
Coquetos ante la mirada del sol.

Y tus labios besaban las nubes
Alburas nubes de algodón
Mientras el mundo giraba contigo
Extasiado de emoción.

Y en tu camino recogías lindas flores
Que a  tu pecho abrigabas con candor
Por el fresco aroma de los valles 
Que se confundían 
Con el ramillete de tu corazón.

En una tarde de primavera
Yo un  niño  pobre  solitario  y  afligido
Cautivado al ver tu mundo de fantasía
Pedí   hacerte  compañía.

Carita  alegre de ensueños
De cabellos dorados como el sol;
De tus manos nobles y jubilosas
Aceptaste  incluirme   en tu juego.

Y bajo un cielo celeste  intenso
Ambos nos  volcamos  en sumo juego
Niña de flor  inocencia,
Tomando  mi mano abriste tu corazón.

                             Ella era una hermosa princesa!
                             que zigzagueaba al danzar...
                             Yo  un pastorcito  rebosante de felicidad...

Y en la exuberancia del universo
Al tiempo lo entreteníamos
Al viento lo divertíamos.

Niña que naciste para volar...
Niño que soñaste  el cielo tocar.

El mundo se enamoró de aquella  niña...
Y  el pastorcito también,
Que embelesados de  tanta  belleza
Giraban  y giraban  de emoción.

Pero un día.
El cielo azul se encapotó de plomo
Y enceguecido de celos
El astro Rey se marchó sin anunciar
Sin su adiós...
Ocultándose en el ocaso
Dejándome  en  la soledad.

Desde entonces,
Del amor y la alegría quedó solo a cenizas...
Solo hubo  desdicha y fatalidad.
Niña que con tu juego bondadoso
Diste   sentido  a mi  vida...
Niña que partiste  hacia  la  eternidad.

Hoy.
Que observando y saboreando
La amarga condena,
Tu recuerdo en la ausencia...
Tú partida...
Te llevaste  en  vuelo y bajo tus alas…
Mi ensueño, mi aliento, mi  vida...

Princesa  de vestido  blanco...

¿te volveré a ver?

Si algún día volvieras...
Ese día  feliz  seré.

Feliz seré...

Pero siempre,
Pendiente en tu juego estaré.
                            Estaré...

Tras el cristal de la mampara
Al compás de la tarde enamorada".

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Un día de víspera de verano, el Pastorcito  se enteró que preparaban para la niña un largo viaje. 

Que la llevarían a una gran ciudad de extensas carreteras pavimentadas, donde circulaban autos de última generación, donde con el avance de la ciencia y la tecnología uno podía contemplar panorámicamente el mundo y su naturaleza a través de la computadora-internet.

“Aquélla ciudad dorada...
Más allá de las costas...
Junto a las orillas del mar”.

Sin embrago, el pastorcito Romell continuó frecuentando el lugar aguardando la presencia de su amor platónico  todos los días…

Fueron pasando las semanas y los meses y el pastorcito aún esperaba el retorno de su entrañable princesa, desencajado apenado e impotente de no poder hacer nada, pues todas las tardes sobre el cerrito verde que daba a la escuela se ponía a esperar...

Tanto así fue su espera, que después de un tiempo tomaría la decisión de marcharse hacia la Ciudad en busca de su amor platónico. 

Luego de preparar su bolsa de alpaca, ponerse su chullo (gorro) y un poncho (manto) sobre su ropa raída y un par de yanquis (sandalias de caucho) que tenía guardado para la ocasión. Se despidió  de su madre, de su hato de ovejas, de su caserío y altas punas, para partir rumbo hacia la Ciudad dorada.

Desde aquel entonces del pastorcito Romell,  nunca más se supo nada.
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Han  pasado treinta años...
Y aquel cerrito verde sigue tan intacta como si fuese el día ayer.

En cuyo  paisaje acogedor se respira a hierba fresca  y un clima tibio de paz.

Y cuando se sube por la escarpada hasta llegar a su límite verdor se logra apreciar  la hermosa escuela...
donde una vez solía  danzar una  bella princesa vestida de blanco... 

Y desde el día que esa hermosa princesa partió,  
un niño tristemente enamorado  se quedó.

Aquel quien  cada tarde la aguardaba y  la  soñaba…

Cada mañana en el centro de aquel  hermoso jardín,
Cuando de sus flores salían trinos de jilgueros que subían a una gruta,  vibraban alrededor de ella y volaban a mezclarse con las alegres vocecitas de los niños que jugaban desde el interior de aquella  hermosa  y entrañable escuela...


Ha  pasado tanto tiempo...


Que a través del tiempo y la distancia, aun continúan latentes los recuerdos...
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(Una parte de mi cuento: Nacer, volar y morir)
(Publicado el 23-12-18)

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